domingo, mayo 13, 2007

el día feliz


La Andrea cree que el día feliz no va a llegar jamás. Espera que le llegue a ella y a Soledad y a todas las demás que esperamos que el día feliz llegue y no se vaya nunca. Escucho tranquila las canciones antes prohibidas; las dolorosas que ya no me dan pena, ni nostalgia. Las que antes me hacían temblar ahora me producen el mismo efecto: hay cosas que, definitivamente, no cambian. Ni con los años. Ni con los cinco años que han transcurrido en ires y venires, entre las carcajadas y la pena sin fondo. Escucho esas canciones con los audífonos puestos, para que no pertenezcan a otro, para que permanezcan aquí, en mis recuerdos y en los nuevos recuerdos. Suena extraño eso, no? Sé que luego serán recuerdo, esto funciona a modo de vaticinio. Jen me miraría con suspicacia y después con miedo, luego de adivinarla constantemente este último tiempo; incluso pese a sus ganas de engañarme, lo que no consiguió. Y mientras veía la foto del niño con antifaz que Andrea tomó en Brasil este verano, cuando todas decidimos emigrar hacia tierras más felices; me acordaba de los días felices que presentimos anoche con Jen, para todas nosotras. Para Daniela y para Sofía, que ya es feliz, aunque uno siempre puede más. Para Jen sobre todo, que no termina de convencerse, pero ya la duda me alegró… ¿será que terminó por aprender la lección? Tal vez tanta herida tuvo su efecto. Cantamos felices anoche, mientras yo comía pizza y ella fumaba los últimos cigarros que le quedan, antes de los veinticinco, momento en que dejará el vicio para envejecer con tranquilidad. Y después nos acordamos de Daniela, para quien también esperamos el día feliz que le espante la tristeza de una buena vez y nos la devuelva radiante, como todos los otros días, mejores que estos últimos. Y me acordé de Sofía y que “desde que se puso a tomar y fumar se volvió otra persona”. La única alegría que fue provocada por el cigarro y el alcohol; han sido mis mejores descubrimientos. Y también una cachetada que nos recordó qué es lo que finalmente nos une. Fue lo único triste de la conversación animada de anoche, pero qué más da. Si nos reunimos para quitarnos todas las penas y nos dio tanto resultado, que hasta se me quitó lo desconfiada. Miro de reojo igual, es una mala costumbre que costará trabajo extirpar, pero ya no me molesta como antes…

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