lunes, septiembre 03, 2007

XVI

Últimamente se había puesto sincero. Le hablaba porque le caía bien, porque no recordaba que a ratos la odiaba por haberlo olvidado y le decía, con cierta honestidad y cierto celo, que le parecía bien que fuera feliz sin él. Ella, recuperada, le decía que ahora podrían ser amigos con tranquilidad, que ya nada quedaba más que un buen cariño, de esos sanos, y buenos recuerdos por los años compartidos. Él la evitaba, pero luego esbozó ganas de volverla a ver. Ella, segura, le decía que le daba lo mismo. Ni más ni menos, nada de daño. Él le decía, con cierto aire de nostalgia, qué chicos que éramos y ella completaba la frase con un qué inocentes. Él decía que no, que eran mucho más que los demás; que sabían de todo, que amaban más intenso y más honesto; que fueron felices. Ella dice inocentes. Inocentes. No sabíamos nada. Él cree que no. Se lo reprocha. Le dice que no era eso, que sólo eran niños, pero de los buenos, de los que valen la pena. Ella ríe, sentada en una silla, y le dice que cree que eran niños soñando. Siempre inocentes. Y así se la llevaron entre la inocencia y la juventud y terminan de hablar con un chao, que estés bien, sin llegar a acuerdos ni consensos, como siempre. Tan distintos, como siempre.

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