sábado, julio 28, 2007

el desorden

Hoy, sábado, día en que, por lo general, hago poco y nada, miro a mi alrededor y decido, consciente de lo que eso implica, hacer un aseo profundo en mi pieza. Debería hacer limpieza profunda en otros rincones más inhóspitos de mí, pero ya habrá tiempo para eso. Me tropiezo una y mil veces con los mismos objetos. Los miro y los ignoro. Me son indiferentes. Hasta hoy. Deseché el antiguo escritorio por poco útil y compré una mesa pequeña donde me caben las piernas sobre los palitos del piso donde me siento y con suerte, mis rodillas no tocan la impresora. Sin embargo, cuando cruzo las piernas, el pie me queda afirmado en el baúl lleno de cachureos, que sostiene la televisión que le compré a Maximiliano, hace unos cuatro años y que sólo ha traído descalabros a mi biorritmo y me ha hecho fanática de emisiones impresentables que no mencionaré, para no autoinmolarme.
En mi nuevo escritorio minimalista hay más cosas que las contenidas en el gran espacio anterior. Hay dos contenedores de lápices, repletos. Un mapa plastificado y antilluvia de París. Cuatro tacos de papeles de colores para poner en mi calendario, un mouse que no utilizo, un papel que dice “urgente” y otros garabatos, mis lentes, un esmalte de uñas, un pen drive sin tapa, dos pompones de lana, un lápiz scripto azul, un par de aros, cortesía de mi prima Ignacia, una caja de cd vacía, un cd suelto, 2 vhs, 1 caja de tapsin noche/día, 1 paquete de pañuelos desechables, un spiderman de plástico que lanza agua y que no he devuelto a su dueño (se llama “la refrescancia”), un cargador de celular y, por supuesto, mi computador. De él aparece un cable que carga mi celular nuevo y el cable de la batería, que confluyen en la alfombra, conectados a la zapatilla que además tiene enchufado el cable del scaldasonno y el vhs, que ha grabado los últimos eventos deportivos del mes por razones académicas, y sobre el cual están los textos que leí en el semestre, una revista Paula, dos agendas que no utilizo, un cuaderno, una libreta de casaideas y el libro El Perfume que me prestó la Jen, para leer antes de ver la película. El orden no me favorece ni es mi fuerte. Aunque para otras cosas soy compulsiva: los discos se ordenan por banda, las publicaciones por fecha, los libros por autor y tamaño; en ese orden específico, las cajas por tamaños y colores, las cartas – y tengo cajas de ellas – por fecha, hasta llegar a la más nueva, al igual que todo lo clasificable que llegue a mis manos. Cuando lavo los platos, los ordeno por tamaño, de manera de sacarlos de una vez, secarlos y ordenarlos en el mueble sin necesidad de sacar una y otra vez los demás platos, para conseguir el orden. Las carpetas de mi computador, para qué decir. Ordenadas de mayor a menor, tiene las fotos clasificadas en lugar y fecha, los trabajos de la universidad en su correspondiente casilla según ramo, semestre y año y los discos de las bandas, con sus títulos y años de lanzamiento. Una loca. Pero el caos que veo cuando entro, me perturbó a tal nivel, que decidí dedicarle mi tarde.
Cuando vi las paredes, esta mañana, me di cuenta de que algo andaba mal en mi vida. Fue necesaria una sola mirada para descifrarlo. Pared blanca, 7 postales. Una, de una mujer con una falda de plátanos, obsequiada por Amir, al igual que una postal bien chilena de un par de personas que se besan bajo una sombrilla. Una postal de Dalí y un flyer que tomé de Hall Central, que tiene muchos colores y por eso me gustó. Luego, las tres que, juntas, me causaron conmoción. Una postal extraída de un take a card de Buenos Aires – obsesión que me ha hecho tomar todo lo posible de esos estantes – que dice “la mujer que al amor no se asoma”. Luego, la invitación a la película “río abajo” y el flyer de una obra que vi hace algún tiempo llamada “dolores”. Es decir, “río abajo” “la mujer que al amor no se asoma” y “dolores”. Eso y el desorden me hicieron comprender que es un buen momento para limpiar y botar lo que sobra, ¿no?

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