martes, marzo 18, 2008

Como en las películas

Hay una película que se llama "La suma de todos los miedos". Nunca la he visto, el nombre no me tienta en lo absoluto. Pero hay una cosa, una sola, que me llama la atención y es porque me suena a algo conocido y que, nada de extraña la coincidencia, he leído en los blogs de mis mejores y más queridas amigas: estamos todas aterradas. Para A, la suma de todos los miedos, las responsabilidades y las independencias terminó por sumirlo en un sopor del que está saliendo a punta de paseos en bicicleta, amor y tardes comiendo ensaladas y frutas. Yo aún no descubro la manera de sacudirme esta modorra que se ha ido apoderando de mí; estoy lánguida, olvidadiza, insegura. Tengo una buena estrella que me sigue y no me suelta: thank you very much, como diría la fabulosa Keira en su última maravillosa película llena de secuencias de comercial de perfume, insuperable, hermosa. Bueno, la estrella que me acompaña me debería dar la suficiente seguridad como para terminar estas últimas dos semanas sin desfallecer ni morir en el intento, sin repetir ni equivocarme, y luego lanzarme a la vida del vacacionista y turistear junto a A por las calles de Río de Janeiro, en medio de un abril cálido y húmedo.
A la vuelta nos espera el otoño frío y todas las incertidumbres: todas juntas. El trabajo, el dinero, la escuela y las responsabilidades adquiridas y aún por adquirir. El miedo a envejecer transformada en un soldado que asume su condición con resignación a los 22 años y yo me niego profunda y rotundamente a terminar diciendo "me acostumbré", o "ya superé esa depresión y asumí que no tengo vida": jamás. Quiero tiempo para echarme bajo un árbol a mirar las hojas moviéndose con el viento tibio antes de la lluvia y que, de vez en cuando, me aburra por no tener nada que hacer, porque al rato me ataca la creatividad y estoy haciendo origamis, escribiendo en este abandonado blog, leyendo los libros que juntan polvo y arañas, organizando onces con pan tostado, huevo y queso; jugo en sobre y muchos cigarros. Volví al vicio también; con el tiempo me puse compulsiva, obsesiva, iva , iba, y todo lo demás. Veo Los Simpson: Millhouse y Bart toman una malteada hecha íntegramente de jarabe y yo quiero sentarme a tomar pisco sour o ese trago exquisito con nombre atroz, "sueño rosado" o algo así, que tenía ron y leche y unas guindas con que S decoró nuestros vasos. Pero Millhouse y Bart tenían una sobredosis de azúcar y viajaban a Las Vegas a vivir buenas aventuras, medio drogados y al borde del coma diabético. No quiero quedar en coma, pero sí volver a despreocuparme de todo, mientras miro el techo, las paredes o el librero a medio llenar; sin pensar en los turnos, en la mañana-tarde-noche perdidos, encerrada entre tantas paredes que no me dejan ni observar el paso del día. Llego con falda porque anuncian 31 grados, pero siento todo el día la misma temperatura: ni frío ni calor, así de simple. Ni frío ni calor. Aquí siento eso, a ratos no siento nada. A me dice que me explotan, yo le digo que no quiero escuchar nada parecido a eso, porque ésto ya se convirtió en una carrera y recordé el último kilómetro de los 10k de hace un par de años: iba muerta, pero sólo quería llegar. Corrí como pude y llegué, una vez en el final, nada de lo demás importa: ya llegaste.

< >