sábado, abril 28, 2007

páginas sociales


luego de los intentos por sostener la cámara sobre unas sillas, sobre un banquito ...

páginas sociales / viernes

Desde que entramos a la U este año, en marzo, hemos estado viviendo un extraño síndrome de vejez precoz. Fenómeno que nadie alcanza a entender por completo, resultó que de un verano a otro nos volvimos todos unos viejos ocupados. Que la práctica, el proyecto, el programa de radio y las increíbles habilidades de Daniel para comprometerse para quince proyectos a la vez, dejar de dormir, pero vivir tranquilo. Eso devino en un ataque de furia de Pato, quien se resiste a crecer. Su única preocupación se ha vuelto organizar grandes eventos en la casa de Emilio, invitando a todos los posibles, convirtiendo la reunión en un inolvidable. Inevitablemente guateamos a medio camino, porque no dormimos suficiente en la semana, porque tenemos clases al día siguiente, porque hay tanto que estudiar. Hasta ayer. Al fin. Fue una odisea, pero lo logramos. Aquí comienzan las páginas sociales de un carrete improvisado, un día viernes de fin de semana largo.

Prueba con René. Estudié el jueves a eso de las 11 y media de la noche. Saqué la vuelta toda la semana, pero me percaté de que había sido una constante. Con Sofía teníamos planeada una prueba en conjunto, donde dos cabezas piensan, sin duda, mejor que sólo una. No fue necesario. Tantos años hablando del sujeto popular, el devenir de la historia luego de la modernización, Ossandón y Salinas y Hans y tantos otros nos servían para responder dos preguntas únicamente utilizando el espacio asignado, si no, no corrijo, dijo René desde su nueva autoridad de camisa y pantalón de tela; olvidando que alguna vez fue metalero, dejaba la cagada en las asambleas, amenazando con paros, tomas e incen
dios y se fumaba unos pitos en los pastos. Luego, más clases. Un almuerzo algo áspero porque Jen apareció de pésimo humor y lentes oscuros y nadie comprendió demasiado la situación. El Seba tenía que gastar sus chequesrestoránpelotita que vencían el lunes, así que comenzamos a pensar en la mejor manera de gastarlos. ¿Don Pepe, como la semana pasada?. No. Mejor nos invitamos a la parcela de la Daniela; así de pasada la vemos más rato y corroboramos in situ que está linda y contenta y que parece que la pena decidió dejarla, afortunadamente. Luego de unas llamadas a Santos, teníamos el lugar, los chequesrestorán y la idea de un asado que entusiasmó a Julio que iba pasando por ahí. Grabamos Fresa y Daniela, Sebastián y Daniel se fueron a Los Alpes a cambiar los chequesitos por alcohol y cigarros. Luego de dar vueltas y llegar a Los Alpes, les dijeron que no podían cambiar los cheques ni por alcohol ni por cigarros. Mala cosa. La JUNAEB no auspicia carretes, para que lo consideren. Por otro lado, Sofía había quedado en juntarse conmigo en Irarrázaval, a eso de las 18.30 para acompañarme a cubrir el lanzamiento de una exposición al MAPA. Odisea aparte. Me fui al MAPA, no sin antes percatarme de que no tenía más que 650 pesos en el celular, lo que me alcanzaba para llamar una vez y perder la comunicación a medio camino. Recurrí a mi mamá. Ella llamó a Sofía. Me llamó de vuelta. La Sofi seguía en la U, atrapada por culpa de Sattani que estaba loco sacándole un ruido a un audio, que sólo él escuchaba. Le llevé un pan con dulce de membrillo, porque intuí que Sofía andaba voraz esa tarde. Me fui al MAPA. Metro Cumming. Segura de que estaba por Catedral caminé dos, tres cuadras. No parecía calle para un museo, así que entré en algo que parecía habitado. Una cantina terrible, crucé a preguntarle a un señor en un almacén. ¿Museo? ¿De la Chile? Mmm... por la que viene, a la izquierda. ¿Qué? No era por Catedral. Entonces por dónde era! Al lado, un cybercafé. Revisé mi correo en 30 segundos y corroboré que estaba equivocada, era en Compañía. Pagué los 50 pesos que me cobraron, así por cobrarme algo y corrí, pues estaba sobre la hora. Llegué cansada, corrí cuatro cuadras en total. Había sólo una persona. Puntual y sola; cosa que ocurre a menudo. 19.30 y nada. 19.40 y llegaban lentamente los invitados. Qué impuntualidad! Intenté comunicarme con Sofía usando de intermediario a mi mamá. Entre que entendió mal el mensaje y mi celular perdía la señal, no entendimos nada. Luego del vino navegado que nos dieron para cerrar la ceremonia a eso de las 20.15, volví a correr al metro para encontrarme con Sofía. No la veo y la llamo, arriesgándome a perder los 650 pesos que quedaban. ¿Dónde estás? En el metro ¿y tú? Oh, estoy en compañía... me devuelvo!. Descoordinadas nos encontramos en el metro. Aparecieron misteriosamente 6 llamadas perdidas y un mensaje de voz de Julio que todavía no escucho porque me quedan 450 pesos después de hablar con Sofía. Llamó Daniela avisando que todavía estaba comprando y que a eso de las 19.30 recién iba saliendo del supermercado; que compráramos cerveza, carne y cigarros, porque se habían quedado cortos. Pasamos al Jumbo y Julio perdía el tiempo decidiendo qué trozo de carne era más conveniente. Compramos vino, pavo o pollo, nunca lo sabré dadas las bromas, cigarros, un helado y una bebida para matar la sed y nos fuimos a la parcela. Luego del camino de tierra y las vacas que deberían haber estado en el cruce y que nunca estuvieron llegamos a Los Aromos luego de un día terrible... Eran las 22.30, tal como había pronosticado Daniel, con la diferencia de que él creía que estaría esperándonos desde las 4, cosa que no sucedió.


sofía y las papas fritas que fueron devoradas por la concurrencia


El maestro parrillero de siempre, es decir, Milico (y Daniel, son la misma persona) comenzó con el asado, luego de haberle sacado la caca a la parrilla - puede sonar asqueroso, pero al parecer quedó bien limpia - puso el pollopavo, la carne y mis hamburguesas nocarnívoras. Como l
a Dani pensó que había ensaladas en la casa, no compraron. Lo que condujo a cocinar pastas para acompañar la carne. Con Julio tomamos vino, empezó a hablar de cepas, pero a nadie le intersaba demasiado la cata.




el maestro parrillero

Luego de escuchar canciones terribles en la radio y emborracharnos un poco, surgieron una serie de temas de discusión filosófica, sobre si era más lindo decir follar, fornicar, tirar o culear; tema que condujo irremediablemente a comentarios peores que no mencionaré por respeto a los lectores de estas páginas sociales - poquita socialité eso sí - y en recuentos dudosos y preguntas que siempre habíamos querido hacer y que generaron controversia. Luego, por alguna razón, surgió el nuevo apodo de "Corega" para Julio, aunque fuimos amenazados en el auto, si osábamos a utilizarlo en la Universidad. Cuando el fuego se hubo apagado, Milico sacó el espíritu pirómano que lleva dentro y comenzó a incendiar palitos, ramas y troncos, así de plano, y cuando se acababan, se adentraba en el bosque acompañado de Seba.

A eso de las 5 de la mañana nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente, el reloj de Julio nos despertó. Besuqueamos a la Daniela, felices de haber vuelto a ser universitarios y no viejosocupadosfomes como cree Pato y, obviamente felices por haberla visto bonita y tranquila, riéndose con nosotros como siempre.



la anfitriona, daniela

martes, abril 24, 2007

tarde de sábado en el mac













y los momentos de ocio dieron como resultado esto:

















lunes, abril 23, 2007

dos

Tenía que volver a escribir de las cosas simples. Del miedo que me provocaban las sombras por Antonio Bellet, todos los días después de las nueve. Aprender a describir cómo sabe la mayonesa, cómo huelen las flores de la tienda al lado del mercado, donde compraba girasoles para llevarle de vez en cuando y calas para mí; tulipanes cuando había suerte. Tenía que volver a escribir sobre el cariño que les tengo a las tres, sobre la suerte que tengo cuando las miro y me miro y veo casi, casi lo mismo. Tenía que volver a escribir sobre el frío que me produce el invierno, salvo este otoño que sólo parece querer enfriarme las manos. Tenía que volver a escribir sobre ti, él, mí y todos los demás, los que veía en el metro, en la micro y caminando por la calle mientras leía el diario y quedaba sucia con la tinta de pésima calidad y me decían en la plaza que tenía toda la cara cochina. Tenía que volver a escribir sobre mis pocos enemigos, sobre el temor al abandono pero el gusto por la soledad y por los chocolates y las sopaipillas. Tenía que volver a escribir sobre todo, de los paseos y las siestas a media tarde, el despertar cuando la luz está azul y nos pertenecía. Ahora ya no me pertenece, te la puedes quedar para que la compartas, porque a mí me gustan las horas más claras y brillantes, como las horas del otoño. Tenía que volver a escribir sobre las flores amarillas que tanto me gustaban, sobre el celular que perdí en el parque de providencia y también sobre la correspondencia que me llegó desde Italia y Barcelona, tantos años atrás, junto a la pluma de vidrio que me trajo Gabriela y la tinta azul-morada que terminó por teñirme los dedos y los de mi papá cuando quisimos saltarnos el notario. Tenía que volver a escribir sobre las nostalgias, pero ya no las tengo. Sobre todas las naranjas con las que sueño, con los olores que me llevan de carro en carro buscando evidencias, algodón, ropa recién lavada. Tenía que volver a escribir sobre lo que leo, sobre el libro que gané por escribir de fútbol y todos creyeron que era un niño, por la afición; sobre Proust a medio leer en la playa después del tequila y sobre los paseos haciendo dibujos en la arena, caminando tres horas para comprar porquerías y devolvernos en micro y llegar en veinte minutos. Tenía que volver a escribir sobre Buenos Aires y el correo del quince de julio, sobre el vino barato, la noche en el obelisco gritando, borrachos y sobre Sergio, Virginia, Patricio y los otros, el botón volador, el tenedor y la indigestión. Sobre los amores inconclusos, los finitos, los que a ratos me rondan y los que desaparecieron sin dejar rastros, silenciosos. Tenía que volver a escribir sobre los tres perros y los dos gatos, sobre los gritos y los temblores a media noche y las puertas, las ventanas que se mueven y los vecinos. Tenía que volver a escribir sobre todo; tenía que hacer un resumen y recordar para volver a escribir. Tenía que empezar mañana. Mañana.

sábado, abril 07, 2007

honestidad de principio de año

Debo admitirlo. El comienzo no fue fácil.

Los años anteriores, en pleno febrero, compraba cuadernos, lápices, carpetas, libretas y todo el sinfín de artículos de escritorio para esperar un año más en la Universidad. No me importaba la inminencia de los paros, de las lecturas cuando uno todavía tiene pereza, ni pasar de largo una que otra noche haciendo trabajos terribles. No. Este año, sin embargo, fue una tortura saber que eran las últimas vacaciones. Salir y conocer, recorrer hasta el cansancio para volver a la ciudad con la irrefutable seguridad de que habían sido las mejores vacaciones del mundo. Estábamos en la playa con las mismas de siempre, desde hace algún tiempo, y las dudas se asomaban tímidas entre las conversaciones del almuerzo, la once o la cena. Sí, la actividad favorita era comer, fumar, beber con moderación y jugar a las cartas. Estábamos todas en las mismas, salvo que yo no terminaba por encontrar mi lugar. Ni en la carrera, ni en el mundo, ni entre la gente. Volví a santiago muerta de miedo. Me habría quedado encerrada en mi casa esperando que el año pasara una vez más, como siento que pasan todos los años; lentos, sin demasiada gracia. Malagradecida, me dirán algunos. Hay mucho de razón en eso también. Inconformista, prefiero.
El asunto es que terminaban las clases y partía a la casa. Nula interacción. Y dadas las cosas de la vida, mis amigas, esas, las mismas de siempre, se percataron y orgaizaron onces y reuniones amables para levantar a las caídas que a esas alturas sumábamos dos y media. O dos y dos medios. Y resultó. Eso y las reuniones en casa de Jen. Los paseos por el parque también, y las conversaciones en el auto, estacionmientos, metros y transantiagos. Tardes insufribles de video-rojo-losvenegas que nos dejaron los ojos cuadrados.
También sirvieron las ayudas que llegaron todas juntas. El día martes se convirtió en mi nuevo día favorito. También sirvió que A me obligara a escribir todos los días y me entregara una instrucción para comenzar a desarrollar la imaginación y también me sirvió que Pé parezca enamorado, porque entonces también me dan ganas de escribir aunque yo no lo esté. Dadas todas las cosas, al fin quedé contenta, cuando vi que había cosas que me gustaban más allá de lo normal y allá voy.

< >