martes, agosto 21, 2007

Alberto

Conocí a Alberto el otoño del año 2002. Cuando me vio en la calle, me ofreció maní. Yo no como maní, es demasiado seco, pero no le podía decir que no. Honestamente, creo que partimos mal. No me negué ante el maní y eso propició la imposibilidad de decirle que no a Alberto. Para lo que fuera. Salir a filmar a las tres y media de la mañana, simplemente porque le gustaba cómo sonaba la lluvia en el techo de pizarreño. Yo insistía en que era una mala idea, pero me miraba y me cambiaba las pantuflas por las zapatillas, tomaba un paraguas y lo seguía. Al día siguiente le bajaba la fiebre con paños húmedos y aspirinas, y él se reía jurándome que nunca más lo haríamos, porque nos íbamos a enfermar y yo le creía. La próxima lluvia, era la más lenta que había escuchado. Y salíamos a grabar. Alberto dormía sin sobresaltos, salvo los días de lluvia. La escuchaba en el techo y abría los ojos como hago yo con los temblores. Me tocaba el hombro y me decía que me levantara, que afuera la lluvia estaba sonora, dulce, triste, cansada. Yo me limpiaba la cara con la mano, le daba un beso, me juraba nunca más seguirlo o más bien negarme a salir de la cama, pero ahí partía detrás de él, sin cumplir mis juramentos. Después de dormir demasiados inviernos con él, lo dejé. Lo dejé porque le gustaba demasiado la lluvia y el frío y me sacaba a pasear y a grabar y se me mojaba el pelo y la cara y aunque me daba besos para secarme, nunca entendía que me despertara en medio de la noche para salir a grabar imágenes que siempre terminaban por apilarse en su computador. Le gastaban la memoria, pero a él no le importaba. Me decía, mientras comía maní, que lo mejor no se había capturado y que alguna noche, lo descubriríamos. Yo le decía que nunca era suficiente y eso me hizo dejarlo también. Yo me contentaba con ver caer las gotas por las canaletas, por escuchar cómo caían sobre la piscina vacía, pero a él le gustaban los colores de las gotas en los techos blancos a la mañana siguiente. Yo le decía que el día en que encontrara la lluvia de su vida, no iba a encontrar una cinta para su cámara o el agua la iba a terminar por estropear, o la lluvia nos encontraría en París o en Puerto Montt y no llevaríamos la cámara con nosotros. Y él comía pistachos, que tampoco me gustan, y me decía que no importaba, que al menos vería la lluvia que espera. Anda a Buenos Aires, le sugerí, ahí llueve horizontal, a lo mejor es eso lo que estás buscando. Caminar por Lavalle, comprar un paraguas en la esquina de Florida y caminar una cuadra y no tener paraguas y estar todo mojado. Me dijo que no fuera ilusa. Le sugerí partir a Río de Janeiro, para que nos lloviera tibio y me dijo que esa no era lluvia. Que la lluvia te duele cuando te cae porque te congela. No había caso con Alberto. Fumaba arriba de la cama y me miraba, cuando había dejado de llover, y me daba las gracias por acompañarlo. Un día no te voy a acompañar más, Alberto, le dije. Me miró y me dijo que no fuera absurda. Y me ofreció avellanas. No como avellanas, Alberto. Te voy a dejar también por no saber que no como frutos secos. No seas así, me dijo, yo te amo aunque olvide que no comes… ¿qué no comes? Entonces lo miré y le dije no seas iluso, Alberto, no sólo insistes en ofrecerme avellanas o, peor aún, comprarme bolsas con maní salado sin pelar, sino que olvidas que detesto el invierno y detesto despertar a las tres y media de la mañana y mi estación favorita es la primavera y no tengo alergias, como crees, por lo que las flores me agradan y me hacen feliz, Alberto. ¿En serio?. En serio, Alberto. No tengo alergia al polen ni a los plátanos orientales, Alberto. No tengo alergia al sol ni a los ácaros ni al pasto recién cortado ni a las sábanas sucias ni a la ropa a medio planchar, como crees, Alberto. Me miró y me dijo no seas así conmigo, si yo te amo aunque no sepa esas cosas. Te voy a dejar, Alberto. No puedes, me dijo. ¿Con quién voy a salir a grabar el invierno?. ¿No te das cuenta que no me hace feliz, Alberto? ¿Que prefiero la primavera, las frutas confitadas, el agua cuando es hielo derretido, a ti cuando me recuerdas y cuando me tocas y no el invierno? Te dejo, Alberto, te estoy dejando. Graba esto, para que no se te olvide, Alberto.

domingo, agosto 12, 2007

y tu sonrisa inolvidable me hizo tanto, tanto bien

fito tiene razón.

viernes, agosto 10, 2007

equilibrio precario

Una vez, con un antiguo amigo, comentamos sobre la lluvia, los pasos bajo nivel anegados, el paisaje para postal que es santiago en invierno y él me dijo que vivíamos en un equilibrio precario. recordé esa frase, pronunciada luego por vera meiggs en una de sus clases, y de ahí me dio vueltas en la cabeza tratando de encontrarle otro significado que, finalmente, encontré. sergio me dijo que me veía contenta y que este año había sido bueno para mí - presumo que el conteo tiene que ver con la inminente llegada de mi cumpleaños en un par de meses, por lo que uno piensa en ciertos balances -. yo le dije que sí, pero se lo dije sin demasiada convicción. y después pensaba por qué. y recordé a álvaro, cuando me hablaba del equilibrio precario y no encontré frase que tuviera más sentido. a ratos no me siento feliz. y la explicación me sabe extraña. han habido tantas cosas y personas buenas; reencuentros azarosos, qué sé yo, esas cosas que sólo-le-pasan-al-resto-y-nunca-a-mí me pasaron al fin, pero de poco me sirve si la mitad del tiempo tengo la cabeza ocupada tratando de arreglar las vidas ajenas, planeando tardes al aire libre que no funcionan por la lluvia o festividades en la noche para animar las almas y resulta que a ratos uno ya no sabe si desistir es de cobardes o es de honestos. cruzo las piernas mientras escribo. fumo más, bebo en cantidades proporcionales a lo que fumo. descubro nuevos lugares, pero no me satisfacen, porque permanezco en un equilibrio que, en algún momento, se va a venir abajo. me río con desconfianza, ando feliz a saltos, como cuando se duerme mal y uno no puede quedarse dormido de nuevo y da vueltas y mira el techo y se angustia y después se duerme y se despierta con el despertador y parece que no se ha podido descansar. así mismo es mi propio equilibrio. precario, endeble, débil. a punto de quedar en nada. porque a ratos ustedes también se ponen así y estamos en ese equilibrio que más se parece al hastío, pero que nos hace saborear la felicidad igual, pero menos dulce... quiero que sea primavera de nuevo. salir a andar en bicicleta, disfrutar del pasto y verlas contentas al fin, y verme con ganas de abrazarte de nuevo porque volviste a sonreír y porque viniste y te quedaste y te entretenemos y nos quieres otra vez. sólo eso me falta para sentirme realmente feliz y fuerte, que mi equilibrio vuelva a ser lo que siempre ha sido.

< >