miércoles, junio 13, 2007

35 horas

Patricio hizo que recordara esta sensación de incomodidad. El paro siempre nos hace mal; es una frase recurrente en momentos como estos. En primero estuve al borde del colapso, a fin de año colapsé igual y me fui a la mierda. En segundo, me la pasé casi un mes llorando gracias al bendito paro que parece bajar todas las defensas juntas, así de una, dejándonos vulnerables a todos los ataques que, evidentemente, recibimos. Y ahora que han sido un par de días, estoy oliendo la desesperación de estar estática, porque a estas alturas ni siquiera tengo ganas de adherir, porque ya estamos cansados, desencantados, decepcionados y todo eso junto. Queremos que el día de las vacaciones llegue pronto, pero parece que se extiende, y se aleja y los días de playa, el sonido del mar, el viento golpeando el ventanal toda la noche, la llovizna en la cara desde el balcón, mientras fumamos, o las risas mientras jugamos cartas, competencias sanguinarias inolvidables, se van y no quieren venir... qué extrañas las sensaciones. Si las sumamos a otras que no comentaré por este medio, dan un pésimo resultado en mi psicología fríamente cuidada, a pesar de los retos de Jen, para tratar de llevarme por el buen camino. Después de todo, "el peso de la felicidad pesa sobre mis hombros" y ma cagó, porque me puso un saco de papas en la espalda y me puso a andar un día de lluvia, en avenida la florida inundada como cada año... sería bueno tener sopaipillas, mi abuela todavía está algo enferma y de poco ánimo como para cocinar. Pero me prometió sopaipillas pasadas, así como nos gustan, con naranja y todo lo demás. Para pasar el otoño con cara de invierno, para pasar el paro y pasar los miedos.

sábado, junio 09, 2007

los azares

para yita (para jen)


Me llamó a las once de la noche un sábado para conversar del azar y de cómo parecía habernos tomado la vida. Yo le decía, con convicción, que no era azar, que era la pura manifestación del destino. Me insistía en que era azar; la pelea por teléfono, el término y el posterior encuentro en una sala que podría ser cualquiera, en cualquier otro momento. ¿Decidió entrar en su vida otra vez? ¿Cuestión de azar? Ni idea, pero la tenía contenta. Hasta nos terminamos por reencontrar una noche como cualquiera o como ninguna, cuando teníamos ganas de ir a tomar algo por ahí, pero hacía demasiado frío. Y para espantarlo, preferimos conversar, ponernos al día, subirnos el ánimo y contagiarnos un poco de fe; bien que siempre figura como escaso por estos días, donde estamos rodeados de casos perdidos. (Aquí es donde entras tú a decirme que no eres un caso perdido, que en verdad no sabes qué hacer porque estás aterrada y me preguntas qué hacer con la vida y concluimos que lo mejor, por lo pronto, es vernos mañana y tomar café o té, para no tentar a la taquicardia una vez más y tal vez corregir un par de trabajos y arreglar la vida desde el balcón de tu departamento).
Fue tan bueno reencontrarnos esta noche de sábado, cuando hay tanto por hacer, pero mejor dejarlo para mañana, cuando salga un poco de sol, cuando tenga ganas de ir a buscar naranjas al patio, tomar vino como en ese primer otoño universitario, cuando cantábamos en el auto y moríamos de la pena pero nos reíamos de nosotras mismas, por inocentes, por destrozadas. Eran buenos esos días, cuando me regalaste la planta, cuando fumábamos con descontrol, cuando contábamos historias de terror en la playa. Buena fue la aparición de tu teléfono fijo (el que, por cierto, no sé cuándo pondrás tú, porque me quedo sin minutos en el celular de tanto que te llamo para saber de tu vida, o para mandarte mensajes amenazantes del tipo “no lo hagas” porque te adivino en la distancia). Me convenciste de ir a ver a la María. (Probablemente te pida que me acompañes, a ver si se te contagian las ganas de que alguien, que no sea yo, te lea el porvenir). Las cosas se han puesto tan buenas esta noche de sábado, cuando podríamos estar haciendo cualquier cosa diferente en vez de hablar y reencontrarnos. Pero no. Cosas del azar, yo insisto que no.

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