apartados
Las cartas le dijeron a Jennifer que estos meses se nos venían duros. Y yo lo sé muy bien, porque estaba detrás de la baraja, medio borracha, pero feliz, pronosticando porvenires. Le dije que cada una iba a comenzar a hacer sus propias búsquedas, algo así como trazar lentamente el futuro, pero que iba a primar nuestro gran amor. Ya cumplí veintidós y hoy nos encontramos, como siempre, pero afuera de un edificio corporativo en donde los guardias nos miraban, pensando que nos íbamos a infiltrar en copesa, robar la imprenta del año uno que está en la entrada, asesinar un par de periodistas y luego correr hacia el metro ñuble a empujar santiaguinos para encajarlos en los nulos espacios vacíos del metro. Feliz habría estrangulado al tipo que nos comentó de las bondados de las ensaladas hipocalóricas del verano, que nos permitirían mantener la línea o al menos la decencia. Como si ya no fuera suficiente esto de comprarse zapatos que rompen los pies y tratar de hacer combinar el pantalón negro clásico, con alguna blusa perdida en el clóset. Nos hicimos la idea, creo, de reunirnos en el happy hour, como viles oficinistas, a conversar de la vida mientras ésta se nos pasa entre puros aconteceres poco motivadores. Salvo tu presencia, que siempre me entusiasma, a pesar de las peripecias en taxi, los trabajos que no quiero hacer y el verano que no me quiero perder. Por mientras, sueño con que nos pasemos unos días de sol, paseando por la playa como las pequeñas vacaciones pasadas.
Sofía da segundas oportunidades, Daniela volvió al buen camino: las cosas parecen equilibradas otra vez.
Siempre hago balances cuando cumplo año y ahora se me olvidó, un poco abrumada por las responsabilidades, pero lo pensé con claridad ese día miércoles, cuando fui a dormir. Fue un año intenso, pero tan bueno. Desde el verano, cuando supimos de la existencia breve de Benjamín, al que ahora queremos disfrazar para sacarle muchas fotos. Las idas y venidas de Jen y sus inagotables ganas de volver a creer en ese ser al que, por fin, terminó de querer y empezó a olvidar. De todas maneras me debe un kuchen de manzana y un té de mango. No sabe nada con quién se metió, porque lo cobraré. Luego, Daniela pareció desaparecer del registro, hasta que nos reencontramos. Y así fuimos pasando por el departamento de Abate echando chuchadas y reconciliándonos con nuestros cortos años, las labores, la amistad y el amor, hasta hoy, donde respiramos más aliviadas. No se me ocurre qué más nos puede esperar, salvo bondades. Después de un año duro, no nos podemos merecer menos.